22 abril, 2007

¡Envíanos locos, envíanos locas!

Oración para la semana, pondremos una cada domingo.
¡Oh Dios! Envíanos locos y locas,
de lo que se comprometen a fondo,
de las que se olvidan de sí mismos,
de los que aman con algo más que con palabras,
de las que entregan su vida de verdad y hasta el fin.

Danos locos, chiflados, apasionados,
hombres y mujeres capaces de dar el salto hacia la inseguridad,
hacia la incertidumbre sorprendente de la pobreza.

Danos locos, que acepten diluirse en la masa
sin pretensiones de erigirse un escabel,
que no utilicen su superioridad en su provecho.

Danos locas,
locas del presente,
enamoradas de una forma de vida sencilla,
liberadoras eficientes del proletariado,
amantes de la paz,
puras de conciencia,
resueltas a nunca traicionar,
capaces de aceptar cualquier tarea,
de acudir donde sea,
libres y obedientes,
espontáneas y tenaces,
dulces y fuertes.

Danos locos, Señor, danos locas.

Y el evangelio de hoy

Evangelio 3er. Domingo de pascua.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado

Lectura del santo evangelio según san Juan 21, 1-14

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberiades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: - «Me voy a pescar.» Ellos contestan: - «Vamos también nosotros contigo.» Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: - «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: - «No.» Él les dice: - «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. » La echaron, y no teman fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: - «Es el Señor.» Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: - «Traed de los peces que acabáis de coger.» Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: - «Vamos, almorzad,» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. PALABRA DE DIOS.

Comentario

De nuevo, como les había pasado cuando el Señor estaba con ellos, pasan toda la noche esforzándose en vano. Y, también de nuevo, el Señor les da las indicaciones precisas para que puedan realizar una pesca milagrosa. Los paralelismos son muy claros. Y, la primera lección es que Jesús resucitado sigue junto a su Iglesia y hay que seguir haciéndole caso a Él. Toda la Iglesia camina bajo la voz del Señor y es Él quien hace que nuestro trabajo sea eficaz. Lo que antes realizaba por su mano, ahora quiere que se cumpla a través de los que ha elegido. De ahí que el discípulo amado le diga a Pedro: Es el Señor.

Tenemos que repetir estas palabras continuamente, siempre que se produce alguna obra buena en la Iglesia. Es el Señor el que hace las cosas posibles, quien obra los milagros y el que derrama con abundancia su gracia. Ésta es la certeza fundamental de la resurrección: el que ha vencido la muerte, liberando al hombre de la esclavitud del pecado, sigue derrotando a los poderes de este mundo. Es Él quien continuamente vence en la Iglesia. A nosotros nos corresponde reconocer todas las obras que se realizan por su mano. Y hay que saber reconocerlo porque, como sucede en la escena que contemplamos hoy, la imagen del Señor a veces queda algo borrosa, como irreconocible. Es significativo que sea el discípulo amado quien lo reconoce. El amor nos enseña a ver más allá de lo que aparece como inmediato y, sobre todo, nos enseña a mirar de otra manera. Desde el amor se reconoce a Jesucristo.

Por otra parte, cuando llegan a la orilla y Jesús los invita a almorzar se encuentran con otra sorpresa. Sobre las brasas hay un pescado y un pan. Los ha puesto Jesús. Pero aun siendo así, les invita a que pongan los peces que han cogido. Si esas brasas fueran figura de la celebración de la Eucaristía, nos encontraríamos con que el Señor nos invita a aportar algo de lo nuestro. Es decir, por el misterio de la filiación divina, Cristo nos capacita para hacer obras meritorias. La pesca ha sido abundante gracias al Señor, como todos los resultados de nuestro apostolado y todos los frutos del ejercicio de la caridad. Eso es cierto. Pero el Señor nos enseña también que nuestras acciones tienen valor ante Él. De ahí que diga: Traed de los peces que acabáis de coger. Y así nos enseña a llevar ante el altar lo que ha salido por la eficacia del sacrificio del Altar. De esa manera la acción queda completada. Dios realiza la obra buena a través de nosotros, de la Iglesia, que la entrega al Señor con agradecimiento.


Si quieres compartir una oración con todos, mándanosla a escribenos@gruposdeamistad.org

Buena semana a todos

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